sábado, 6 de noviembre de 2010

EL RIO, POR LEOPOLDO QUEVEDO

Nuestras vidas son los ríos

que van a dar en la mar,

que es el morir;

allí van los señoríos

derechos a se acabar

y consumir;

allí los ríos caudales,

allí los otros medianos

y más chicos…



Jorge Manrique


Ayer amaneció lloviendo y el frío cobijaba la mañana. El Río Cali bajaba bravo de los Farallones y estaban crecidas sus crestas. Parecía un mar de magenta y gritos. No era el riachuelo que acostumbramos a ver pasar mudo por debajo del Puente Ortiz frente a la Ermita. Las lluvias de este tiempo invernal lo hacen ver como un dragón amarillo con dientes de espuma que se quiere subir por los bordes de cal y canto. Sólo cuando llueve recuerda el Río su tamaño y se llena de furia porque nadie lo protege. Ruge y bate la cola para que todos lo miremos.


El Río Cali nunca tuvo un caudal suficiente para montar sobre sus ondas barcos o canoas. Pero sus antiguos moradores lo vieron cuando era sano y sus aguas eran limpias. Bajaba riendo, y cantando alegraba los cuerpos en paseos. Hoy apenas si se ve líquido en su lecho.


Acabo de llegar del viejo mundo donde cantó Manrique a su río. Debía ser profundo como la vida, revueltas sus ondas aunque su superficie a veces dormía. Lo comparó con lo que sucede al hombre. Su vida es azarosa, tumultuosa, a veces, otras, como lo cantó nuestro vate Villamil, con espumas que juegan, se van y se pierden. En Francia, en Alemania, en Holanda, en Bélgica, aún en España, a los ríos todavía se les puede comparar con un ser viviente. Nacen pequeños, van creciendo, pasan llenos por ciudades, dejan su humedad y sus aguas, dejan posar sobre su lomo barcos que cruzan alegres noches y días y finalmente mueren en el vientre de la mar para endulzar su seno.


En España el RíoTajo, de más de mil kilómetros, corta toda la península ibérica y, rozagante, termina como un inmenso estuario en el Puerto de Lisboa. Sobre él monta guardia el imponente y moderno Puente 25 de Abril. En Sevilla, cabalgué sereno en el Guadalquivir, ancho y festivo y disfruté de un crucero. Le conocí varios hijos: Guadalbullón, Guadalmedina, Guadiel. Y en Ronda, por entre peñascos poderosos pasa hondo el Río Guadalevín. En el centro de París el Río Sena lleva toda la historia de Francia y no ha perdido una gota. De él se surte el acueducto de la ciudad. En Bélgica los ríos Mosa y Sambre se unen en Namur a los pies de la Estatua del rey Leopoldo II. Desde la cima de la Citadela cañones cuidaban la ciudad y por él navegan hoy barcos militares y comerciales. En Holanda el Río Amstel traza la ruta de las 700.000 bicicletas por la ciudad de Ámsterdam y tiene 952 canales por los que serpentean pequeños barcos con turistas. El río es todo un lujo para la ciudad. Todo el país está surcado por ríos y regadíos para sus plantaciones de flores, legumbres y ganado lanar, equino y vacuno. A dondequiera volteaba los ojos, pronto corría un río o las campiñas estaban bañadas por canales.


Al ver los ríos de Europa, como el Loira, el Ródano, el Rhin, el Danubio con su caudal y su anchura, navegables y saludables, con el respaldo de una vegetación abundante y la legislación adecuada que la protege, uno no entiende por qué en Colombia nuestros ríos emblemáticos dejaron de ser vías de comunicación con planchones y vapores. Todo quedó en la memoria histórica y en postales.


Nuestros ríos convertidos en muladares sí van al mar, mas no para endulzarlo y abrazarlo como madre. Van contaminados y ya van muertos. Lamentablemente no hay conciencia de la riqueza turística y del patrimonio económico que significan. Su lecho, sus humedales, sus cañadas, hoyas y las selvas que les traen lluvias se están talando indiscriminadamente. ¿Hasta cuándo terminará este desatino?

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